3.9.11

ATRAPADA

Sombras, pasillos, silencio…
Intentaba encontrar la salida pero no podía. Intentaba gritar pero el sonido no salía de su garganta. Intentaba llorar pero no había lágrimas que reflejaran el temor que sentía.
No había escapatoria, no había más pasillos ni habitaciones en las que refugiarse y sentía cómo los pasos se acercaban a donde se encontraba… pesados, fuertes, rápidos.
Oyó un ruido a sus espaldas y volteó sobresaltada. No estaba sola. Un hombre, tendido en el suelo, inmóvil y quejándose indefenso, parecía observarla en la penumbra…
Si tan sólo lograra verle el rostro, acercarse un poco más, descubrir quién era aquel desconocido…
El sonido del despertador inundó la habitación y el alboroto proveniente de aquel pequeño aparato bastó para que Hannah abriera los ojos y se moviera adormilada.
Había tenido otra pesadilla; la misma pesadilla que la acosaba hacía ya tres noches, desde la mudanza.
No parecía posible, pero el mismo sueño la hostigaba noche tras noche.
Despacio, casi con pesar, quitó las frazadas que le cubrían el cuerpo y puso un pie fuera de la cama. Hacia frío y podía oír las gotas de lluvia golpear el inmenso ventanal ubicado en el ala este de la habitación.
Los días de limpieza eran los que más molestaban a Hannah. El único consuelo era recordar que sólo le quedaban unas pocas cajas que desempacar y luego podría disfrutar del tiempo a su antojo. Dormir, comer, mirar una película; tal vez salir a recorrer el pueblo… todos aquellos planes resultaban aún más interesantes sabiendo que, antes de poder llevarlos a cabo, le quedaban otros asuntos que atender.
La tarde se hizo pesada y cada momento vivido en ella era como una película borrosa, difícil de recordar. No fue hasta la hora de la cena que Hannah comenzó a sentir como la fatiga relajaba cada musculo de su cuerpo al punto de hacerla sentir frágil y ensimismada.
Resultaba extraño sentir cómo la angustia superaba cualquier otro sentimiento cuando el cansancio resultaba intolerable.
Luego de cenar y prometiendo no hacer nada imprudente mientras sus padres estuviesen fuera, tenían una fiesta a la que ella no había sido invitada, Hannah se despidió de ellos y subió a su habitación impaciente por adentrarse al maravilloso mundo de los sueños y descansar un poco. No había pensado en aquellas inquietantes pesadillas en todo el día y tampoco pensaba hacerlo ahora. Dormir era su mayor deseo; el único.
Ya en la seguridad de su habitación, rodeada de sus pertenencias y sintiéndose protegida bajo las sabanas, oyó el golpe de la puerta principal y el vago ‘Adiós’ de su madre subiendo por las escaleras…

BOM, BOM, BOM.
El olor a jazmines era tan intenso que resultaba intolerable.
Mareada, Hannah abrió los ojos e intento ubicarse.
¿Qué la había despertado?, ¿En dónde estaba el interruptor de luz?, ¿De dónde provenía aquel intenso perfume a jazmines?
Al parecer no había luz, porque luego de intentar con el velador, no había podido más que levantarse para probar con la luz principal, que tampoco funcionaba.
La habitación a oscuras proyectaba sombras difíciles de ignorar y mientras intentaba agudizar el oído y serenarse, lo oyó una vez más…
BOM, BOM, BOM.
Precia que el sonido provenía del ático.
A pesar de que el instinto le decía que era una mala idea, la intriga vencía cualquier otro sentimiento. Estaba cansada, fastidiada y realmente molesta a causa de la falta de sueño, que ya había asumido se debía a aquellas inquietantes pesadillas que no dejaban de acosarla.
Porque ahora podía recordarlo. Si cerraba los ojos veía los pasillos con asombrosa nitidez, sentía los pasos acercarse y descubría a aquella figura humana una vez mas. Incluso le parecía haber sentido aquel perfume a jazmines mientras dormía...
Temblando a causa del frío, tenía los pies descalzos, abrió la puerta y se adentró en la oscuridad. El ático se encontraba al final del pasillo y apenas estuvo lo suficientemente cerca estiró el brazo para abrir la puerta trampa. Una escalera desvencijada se plegó frente a sus ojos y un olor fuerte a humedad, libros viejos y polvo llegó desde el tercer piso.
El silencio hacia que sus pasos sonaran con demasiada fuerza.
Sólo le quedaban unos pocos escalones cuando volvió a escuchar los golpes…
BOM, BOM, BOM.
Y como una cuerda invisible la curiosidad tiró de ella. El ático era pequeño. Estaba lleno de cajas y la única luz provenía de una pequeña ventana con forma ovalada ubicada al otro extremo. De repente pensó que haberse dejado vencer por la curiosidad no había sido tan buena idea. Los golpes habían cesado y, en su lugar, se oían pasos que parecían provenir del interior de las paredes, haciéndose cada vez más y más fuertes.
Sucedió en un instante. Un segundo después la puerta se cerró con fuerza y ya no había lugar a dónde correr. No había pasillos, ni habitaciones, ni rincones donde esconderse.
Presa del pánico, Hannah, quiso gritar, pero el sonido quedó atorado en su garganta cuando sintió un sollozo lastimoso proveniente de las sombras.
Bajo la pequeña ventana había una figura. Una persona, acurrucada en el piso, llorando desconsoladamente al ritmo de los latidos de su corazón.
Entonces, al cambiar de posición, la figura se movió permitiendo que un destello de luz iluminara su rostro.
Horrorizada, Hannah, retrocedió un paso sintiendo como el pánico se apoderaba de cada célula de su cuerpo.
Su propio rostro, desfigurado por el llanto, la observaba desde las sombras y mientras intentaba, desesperada, encontrar la salida, los recuerdos llegaron con la fuerza de un golpe: ella al volante de su propio auto, la luz cegadora proveniente del auto enemigo que había aparecido de la nada y luego el silencio. La oscuridad absoluta.
Nunca había despertado. Aun se encontraba atrapada en aquella habitación de hospital, después del accidente. Atrapada en su mente, sintiendo el fuerte olor a jazmines proveniente de un mundo exterior al que ella, desafortunadamente, ya no pertenecía.

FIN.

Por Amparo Rodriguez Molina.