Mientras
quitaba las cajas llenas de libros del baúl del auto me pregunté si esto, en
realidad, era una buena idea.
No
era una persona cobarde ni insegura, pero el hecho de comenzar mi primer año
universitario con tres semanas de atraso y más aún con unos avanzados diecinueve
me hacía replantear la decisión. El problema era que mamá prácticamente me
había obligado a dejarla y por dejarla se había referido a ella y a la ciudad
que conocía y en donde había vivido toda mi vida.
No me
quejaba, en realidad la ciudad nunca me había gustado y siempre había anhelado
comenzar a estudiar lejos, pero lo que no me agradaba ni un poco era dejar a
mamá a pocos meses de la muerte de papá y con toda una nueva vida por
descubrir.
Ella
se había encargado de organizar mi partida alegando que ambas necesitábamos
tomar algo de distancia y que sería bueno que cada una creara su espacio, pero
aún tenía la sensación de que en realidad todo había sido un acto para mandarme
lejos mientras ella se caía a pedazos. La idea era, en realidad, ridícula, pero
con mis años desarrollando un sentido del control en el que quería formar parte
de todo no podía hacerme a la idea de estar lejos.
Y eso
que solo habían pasado unas horas…
Pensando
en mamá y en que probablemente debería esperar para llamarla, terminé de bajar
las cajas del auto y en una complicada pila que apenas podía mantener en
equilibrio caminé hasta el inmenso complejo que funcionaba como sede para
estudiantes.
El
hecho de que la facultad tuviera residencias había resultado muy provechoso
porque aunque había ahorrado mis últimos sueldos como moza en el café más chico
de la ciudad la realidad era que no tenía mucho y apenas contaba con tiempo
para conseguir un nuevo trabajo.
Estaba
tratando de abrir la pesada puerta de vidrio cuando de repente ya no había nada
que sostuviera mi cadera y, por ende, caí hacía adelante con cajas y todo.
Resta decir que la sensación de caer al vació tan de golpe fue más que
desagradable, pero lo que realmente me alteró fue descubrir que no estaba sola.
Un grupo de chicos (y si, hablo del sexo totalmente masculino) me miraban desde
arriba conteniendo la risa. El dolor de la caída se transformó rápidamente en
vergüenza y sentí como toda mi cara se ponía de un tono rojo bermellón.
-
¡Disculpa!
¿estás bien?, no vimos que había alguien afuera y abrimos la puerta sin mirar…
Uno de
los chicos, el único que no estaba esforzándose por no reírse en mi cara, se
agachó para ayudarme. Yo sentía que tenía el rostro rojo de la vergüenza y la
espalda me dolía del golpe que me había dado pero haciendo el mayor esfuerzo
por no hacer una mueca de dolor tomé la mano que me extendía y me incorporé de
un salto.
-
Estoy
bien – logré balbucear mientras me recuperaba de la vergüenza y la sorpresa. –
no fue la gran caída.
-
En
realidad – dijo uno de los que no se molestaba en ocultar la risa – se vio muy
fuerte, ¿segura que estas bien?
-
Sí,
estoy bien. Gracias.
El
chico que me había ayudado a levantarme, que por cierto era realmente lindo con
todo ese pelo oscuro y ojos claros, había juntado mis cosas y me las extendía
mientras yo me había ocupado de arreglarme la remera que se había subido unos
cuantos centímetros al caer.
-
¿Segura
que estas bien?, te caíste fuerte y…
-
Estoy
bien – lo corté. Parecía preocupado pero su escrutinio me ponía nerviosa y lo
alto que era me intimidaba. – Gracias.
Y al
tiempo que le arrebataba mis cosas de las manos desaparecí casi corriendo por
el pasillo y doble en la esquina para perderlos de vista. Escuché risas y
murmullos alejarse y cuando finalmente el golpe de la puerta me aseguro que se
habían ido solté un profundo suspiro. Este comienzo no podía ser un buen
augurio.
Jamás
había sido buena para interactuar con el sexo opuesto y sabía perfectamente que
teniendo la piel casi transparente seguramente había parecido un tomate al
fuego mientras los ojos de aquel chico me observaban. ¡Vaya vergüenza!, ¿no
podía el destino simplemente matarme o enterrarme en un profundo agujero en
donde nadie pudiera verme mientras vivía?
Pensando
en las posibilidades recordé a mamá. Tal vez pedirle eso al destino no era tan
buena idea.
Divagando
en mis pensamientos retorcidos había perdido la orientación, por lo que tuve
que retroceder para llegar a mi nueva habitación.
Se
escuchaba música desde adentro así que decidí golpear en lugar de usar la llave
que me habían enviado por correo. Mi nueva compañera no tardó en abrirme, pero
para cuando finalmente lo hizo tuve que hacer un gran esfuerzo por contener la
risa. Estaba a medio vestir y tenía una mueca de confusión que contorsionaba lo
que ya podía deducir como un bello rostro.
-
¿Buscabas
a alguien? – me pregunto con un tono que me recordó mucho a una de las chicas
súper poderosas. No sabría especificar a cual.
-
No
a alguien, sino algo. Esta es mi nueva habitación.
La
comprensión enseguida llego a su rostro y con una gran sonrisa que parecía genuina
se hizo a un lado para dejarme pasar.
-
¡Sos
mi nueva compañera! – dijo con emoción mientras yo entraba – me estaba
preguntando cuando llegarías pero como golpeaste no imagine que fueras vos.
-
Entiendo
– sonreí – pero imagine que sería grosero entrar sin llamar la primera vez
cuando es que nadie nos había presentado.
La
chica sonrió ampliamente al tiempo que se dejaba caer en una de las dos camas
que estaban ubicadas en un rincón de la amplia habitación que funcionaba como
mono ambiente.
-
Ya
me caes bien. Eso es muy amable de tu parte. – dijo – Mi nombre es Ema, pero
todos me dicen Em. ¿El tuyo es…?
-
Oriel.
– deje las cajas sobre la cama desocupada y voltee para poder mirarla a los
ojos.
Ema
estaba recostada sobre la pared y tenía las piernas extendidas en su cama. Todo
su sector estaba repleto de colores y no pude dejar de notar que también había
mucha ropa esparcida por el piso de la habitación. Su tocador estaba lleno de
perfumes y maquillajes; solo deseaba que no fuera de las que se levantaban tres
horas antes para plancharse el pelo o bañarse en maquillaje porque yo apreciaba
mucho un buen descanso.
Era
atractiva, realmente linda con todo ese pelo castaño natural y la piel
inmaculada, pero a juzgar por los productos de Neutrogena que divise en un
rincón también dedicaba mucho tiempo al mantenimiento de su piel. Era todo lo
que una chica debía ser pero yo nunca había sido.
-
Oriel…
me gusta, tiene estilo. Sos la primer Oriel que conozco.
-
Me
imagino… - balbuceé, no era la primera vez que me decían eso.
-
Y,
¿de dónde sos?, ¿venís de muy lejos?, por tu piel puedo imaginar que de ningún
lugar con mucho sol… ¿Cómo haces para tenerla así?, siempre me gustó la piel
bien pálida pero la verdad es que teniendo en cuenta mi descendencia es prácticamente
imposible que me hubiera tocado una.
Mientras
sacaba las cosas de mis cajas y comenzaba a buscar las sábanas para tender la
cama que estaba limpia en el costado izquierdo de la habitación, Ema siguió
hablando. Me hacía cientos de preguntas pero como no me daba tiempo a contestar
ninguna simplemente la deje hablar sola. No me molestaba el hecho de que no me
esperara para responder algo porque podía notar que solo estaba nerviosa y
apreciaba mucho el hecho de que siquiera se tomara la molestia de hablarme.
-
Mi
papá tiene la piel mucho más clara que mi mamá, pero yo salí a ella mientras
que mi hermano se parece más a él. La verdad que es una total injusticia porque
si me preguntas a mí una chica puede lucir mucho mejor una piel bonita que un
chico…
-
No
lo sé – dije sonriendo mientras tendía la cama – siempre me pareció importante
que un chico tuviera la piel linda. En la secundaria eso parecía ser importante
sobretodo porque no era muy común.
Ema
rió y se levantó para acercarse a ayudarme. Le sonreí mientras tomaba las
puntas de mi frazada y las extendía del otro extremo.
-
Realmente
me caes bien. Y sí, tenes razón, yo también apreció la piel inmaculada de un
chico. ¿Tenes más cosas afuera?
-
Sí,
pero no voy a buscarlas hasta mañana. Tengo todo lo que necesito para esta
noche conmigo.
-
Perfecto,
¿eso incluye algún atuendo para salir?
-
¿Salir?
Ema
me miró con seriedad y asintió mientras volvía a acercarse a su cama. Sin
mirarme agarró un vestido que ni siquiera había visto de entre la pila de ropa
y volteó a verme.
-
Si
no tenes puedo prestarte esto. Estoy segura de que somos de la misma talla y se
vería muy bien con tu color de piel.
No
sabía que tenía esa chica con los tonos de piel, porque el mío era muy pálido
como para parecer interesante, pero negué y me senté para comenzar a sacarme
los zapatos. Necesitaba una ducha.
-
Realmente
te lo agradezco, pero no voy a salir esta noche. Estoy agotada y aunque creo
que vamos a ser muy buenas amigas me parece demasiado pronto como para estar
socializando.
Ema
frunció el ceño y se acercó para mirarme más de cerca. Con o sin productos de
limpieza o maquillaje la chica era muy linda. Inmediatamente me encogí insegura.
-
Nunca
es muy temprano para socializar y mi hermano da una fiesta a la que no puedo
faltar. Por favor, acompañame.
-
¿No
tenes otras amigas con las que ir? – la pregunta era brusca, pero tal vez si me
mostraba un poco más dura dejaría de presionarme.
-
La
verdad es que no. – sus ojos se achicaron hasta parecer dos rendijas y me miró
con una expresión que hubiera dado pena a cualquiera. – Me cuesta mucho hacer
amigas de verdad debido a… bueno, eso no importa – sacudió la cabeza y volvió a
sonreír – por favor, acompañame, no quiero ir sola de nuevo.
Ema
me miró como si fuera un cachorrito y aunque sabía que iba a arrepentirme no
pude decirle que no. Necesitaba hacer amigos y comenzar a actuar de forma
normal cuanto antes.
-
Está
bien, vamos a ir, pero solo un rato y deja que me duche antes. Hice un viaje de
nueve horas para llegar y realmente necesito relajarme.
Los
ojos de Ema brillaron como dos luceros y aplaudió con tanto entusiasmo que no
pude evitar reír.
-
¡Genial!,
pero eso me recuerda que nunca contestarse mi pregunta, ¿de dónde sos?...
Mientras
Ema parloteaba sin respiro, algo a lo que ya me había acostumbrado y apenas la
conocía de hace cinco minutos, tome la mochila en donde guardaba los productos
del baño y me metí dentro. Por suerte la habitación que teníamos disponía de
uno aunque era muy chiquito.
Aunque
cerré la puerta y abrí la ducha Ema no paro de hablar y mientras me enjuagaba
el pelo no pude evitar sonreír. Tal vez esto no sería tan malo después de todo.
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