Pero
me sentía incómoda y en este momento nada me parecía tan malo como tener que
acercarme a Samuel y a su acompañante. Lo había visto con chicas antes, pero
nunca había tenido que interactuar con él mientras estaba con alguien y eso me
ponía nerviosa. Ridículo, pero imposible de evitar.
-
Oriel,
¿Cómo estás? – Samuel se puso de pie apenas estuve lo suficientemente cerca y,
sorprendiéndome, me dio un abrazo.
-
Hola
– sonreí – estoy bien, ¿vos? – me incline un poco y mire a la chica que me
miraba confundida - ¿ustedes?
-
Bien
también, gracias por preguntar.
El
abrazo no duro mucho, apenas me contesto Samuel se separo, pero bastaron esos
segundos para sentirme cálida, doblemente incómoda y confundida. No quería que
se me notara ninguna de esas emociones, por eso dibuje la misma sonrisa falsa
que utilizaba para atender a cada cliente y tome la libreta del bolsillo del
delantal para cortar el contacto visual…
-
¿Ya
saben que van a pedir?
-
Si,
sabemos. – por primera vez la chica hablo, y a pesar de ser hermosa su tono de
voz era muy agudo para no resultar molesto.
-
Genial,
¿Qué querían?
-
Dos
café con leche, una magdalena de limón y una galleta de avena.
-
Por
favor. – agregó Samuel.
-
Enseguida
les traigo el pedido chicos.
-
Espera
– Samuel me tomo del brazo para detenerme - ¿Comiste?
-
Si,
hace un rato.
-
Estas
mintiendo – sonrió – agrega lo que quieras al pedido y antes de irme quiero ver
que lo estés comiendo.
-
Estoy
trabajando – dije entre dientes, molesta por su intromisión – cuando salga voy
a cenar abundantemente, no te preocupes.
-
Perfecto,
nos vemos en la cena.
Y soltándome
me dio un empujoncito para incitarme a avanzar.
Como una
zombi camine a la cocina. Pegue el pedido en la pizarra y volvía a salir para
seguir atendiendo.
Atendí
tres mesas más y eso me relajo lo suficiente como para darme cuenta que la
actitud de Samuel no tenía nada de extraño. Él siempre era invasivo y en
ocasiones simpático también y aparte del abrazo no había hecho nada que no
hubiese hecho en el pasado. Habíamos cenado juntos muchas veces y la mayoría
solía invitarse solo por eso no tenía porque parecerme extraño que se
comportara como siempre aún en presencia de otra chica. Samuel me veía como a
Ema, por eso seguía actuando así.
El pedido
estuvo listo 20 minutos después y para cuando volví a la mesa con las cosas la
expresión de molestia de la chica rubia no auguraba nada bueno. Habían estado
susurrando por lo bajo pero cuando finalmente estuve junto a ellos se callaron.
-
Acá
tienen las cosas – comencé a depositar todo sobre la mesa– perdón por la demora
pero hay mucha gente y los chicos de la cocina no dan a basto.
-
¿Para
hacer una galleta y una magdalena?
-
Helena…
El tono
de advertencia en la voz de Samuel no me paso desapercibido, pero la chica,
aparentemente llamada Helena, lo ignoro y continuó clavando sus ojos celestes
en mí.
-
A
decir verdad si – me encogí de hombros – la magdalena esta recién horneada. No sé
quién de los dos la pidió pero apenas la pruebe se va a dar cuenta.
-
Perfecto,
nada mejor que una magdalena recién horneada. – Samuel me miró y sonrió. Le devolví
la sonrisa.
-
Necesito
edulcorante y no hay más, ¿me traes o tengo que ir a buscarlo?
-
“Por
favor” Helena, siempre se dice por favor.
-
Es
verdad, lo siento – Helena miro a Samuel y le sonrió con dulzura. No solía
pensar mal de la gente pero todo en esta chica parecía falso.
-
Ahora
les traigo edulcorante.
-
Gracias
Oriel.
Miré a
Samuel y asentí. No tenía porque agradecerme, era mi trabajo y la mayoría de
las personas se comportaban como Helena, pero era agradable encontrarse con
alguien que sabía de modales y como emplearlos.
Estaba
volviendo con los sobres de edulcorante pero al verlos me detuve. Helena
agarraba el rostro de Samuel con ambas manos mientras se daban un apasionado
beso.
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