El chico era estúpido, mucho más estúpido de lo que me
había parecido la primera vez que tuvo el coraje de meterse en mi habitación
buscando a mi compañera de cuarto.
-
Te dije que no se en donde esta – suspire – y
aunque supiera no te lo diría. A millas de distancia es evidente que tenes
problemas de temperamento.
Sabía que no había sido el comentario más acertado, pero
no me arrepentía. De lo que si me arrepentiría era de la marca que me estaba
por dejar porque de un momento a otro su puño dio de lleno en mi frente.
Literalmente vi colores y hubiese caído al piso (el muy imbécil había elegido
ese momento para soltarme) si no fuese porque unos brazos me sujetaron.
-
¡Dios! ¡¿estás bien?! Oriel, hay que llevarla a
enfermería, hay que…
-
No pasa nada, estoy bien.
Interrumpí a la chica que me había estado sujetando y,
con una mano en mi frente, me incorporé. El chico no me había pegado tan
fuerte, pero me quedaría una marca y eso le costaría caro. Estaba a punto de
devolverle el golpe (lo sé, la idea no para nada inteligente ni madura
considerando que era el doble de mi tamaño) cuando vi que alguien ya estaba
ocupando mi lugar.
Un chico alto, rubio y vestido como si fuese a caminar
por una pasarela lo tenía agarrado por la camisa y le gritaba como no había
escuchado gritar a alguien en años…
-
¡No vuelvas a tocarla! ¡y ni se te ocurra
aparecer en entrenamiento hoy porque estas expulsado, por mi vida que no vas a
jugar un solo partido más en esta Universidad!
Y, después de decir aquello, lo arrojó al piso. Hubiese
aplaudido, la escena había sido digna de aplauso, pero justo en ese momento el
chico rubio y alto me miro y chau pensamientos, me congelé. Tenía los ojos más
celestes que había visto jamás y su expresión de preocupación me puso tan
incómoda que tuve que mirar para otro lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario