Estar
cerca de Sam era difícil.
Hacía
más de media hora que Helena nos había interrumpido haciéndome pasar uno de los
momentos más vergonzosos en mucho tiempo y él todavía seguía apartado, conversando
con ella. Su hermano había intentado acercarse a hablar un par de veces más
pero me escondí detrás de Simón en cada una de esas oportunidades y para cuando
él y Ema desaparecieron supe que era el momento de irme. Tome mis cosas sin que
nadie lo notara y salí de ahí.
Tome
el primer taxi que encontré libre y como no tenía ganas de ir a los dormitorios
todavía, dudaba poder conciliar el sueño rápidamente, le pedí que me dejara en
el centro de la ciudad.
Necesitaba
tomar un poco de aire así que camine unas cuadras hasta que llegue al edificio
que buscaba.
El
museo de arte contemporáneo estaba cerrado, pero yo conocía a Daniel, el sereno
que trabajaba todas las noches en el inmenso complejo porque era cliente
regular de la cafetería en donde trabaja, así que siempre me dejaba entrar. Sea
la hora que sea.
Subí
hasta el último piso y me acerque al gran ventanal que daba a la ciudad. De
noche la fotografía era hermosa; impactante y hermosa. Me daba vértigo
acercarme tanto pero ese era el punto, quería sentir que podía caer por el abismo,
atravesar el cristal y perderme en ese mar de luces y estrellas…
No sé
cuánto tiempo estuve sentada, contemplando la ciudad y el cielo perdido entre
edificios, cuando Daniel subió a avisarme que estaba por cambiar de turno y
debíamos irnos.
Salimos
juntos y aunque no tenía porque hacerlo tuvo la amabilidad de dejarme cerca del
campus. Camine las cuadras que me separaban del edificio de residencias y
estaba a unos pocos metros de la entrada cuando lo vi. Sam estaba apoyado sobre
su auto, tecleando rápidamente en su teléfono, moviendo la pierna nervioso. Iba
a acercarme para ver qué pasaba, era evidente que algo no iba buen, cuando
pareció sentir mi presencia y levanto la mirada.
Sus
ojos increíblemente grises como los de un lobo estaban rojos e hinchados y fue
un poco impactante notar el alivio en ellos cuando me distinguió en la
oscuridad. Iba a decir algo, su comportamiento me estaba asustando, pero no
llegue a pronunciar palabra porque de un momento a otro fue él quien disolvió
la distancia que nos separaba y se abalanzó sobre mí.
Me encontré
confundida, entre sus brazos, con mi mejilla apoyada sobre su pecho y la
incómoda sensación de que toda a angustia que transmitía su fuerte abrazo, por
algún motivo, era mi culpa.
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