22.3.17

C39

Estar cerca de Sam era difícil.
Hacía más de media hora que Helena nos había interrumpido haciéndome pasar uno de los momentos más vergonzosos en mucho tiempo y él todavía seguía apartado, conversando con ella. Su hermano había intentado acercarse a hablar un par de veces más pero me escondí detrás de Simón en cada una de esas oportunidades y para cuando él y Ema desaparecieron supe que era el momento de irme. Tome mis cosas sin que nadie lo notara y salí de ahí.
Tome el primer taxi que encontré libre y como no tenía ganas de ir a los dormitorios todavía, dudaba poder conciliar el sueño rápidamente, le pedí que me dejara en el centro de la ciudad.
Necesitaba tomar un poco de aire así que camine unas cuadras hasta que llegue al edificio que buscaba.
El museo de arte contemporáneo estaba cerrado, pero yo conocía a Daniel, el sereno que trabajaba todas las noches en el inmenso complejo porque era cliente regular de la cafetería en donde trabaja, así que siempre me dejaba entrar. Sea la hora que sea.
Subí hasta el último piso y me acerque al gran ventanal que daba a la ciudad. De noche la fotografía era hermosa; impactante y hermosa. Me daba vértigo acercarme tanto pero ese era el punto, quería sentir que podía caer por el abismo, atravesar el cristal y perderme en ese mar de luces y estrellas…
No sé cuánto tiempo estuve sentada, contemplando la ciudad y el cielo perdido entre edificios, cuando Daniel subió a avisarme que estaba por cambiar de turno y debíamos irnos.


Salimos juntos y aunque no tenía porque hacerlo tuvo la amabilidad de dejarme cerca del campus. Camine las cuadras que me separaban del edificio de residencias y estaba a unos pocos metros de la entrada cuando lo vi. Sam estaba apoyado sobre su auto, tecleando rápidamente en su teléfono, moviendo la pierna nervioso. Iba a acercarme para ver qué pasaba, era evidente que algo no iba buen, cuando pareció sentir mi presencia y levanto la mirada.
Sus ojos increíblemente grises como los de un lobo estaban rojos e hinchados y fue un poco impactante notar el alivio en ellos cuando me distinguió en la oscuridad. Iba a decir algo, su comportamiento me estaba asustando, pero no llegue a pronunciar palabra porque de un momento a otro fue él quien disolvió la distancia que nos separaba y se abalanzó sobre mí.
Me encontré confundida, entre sus brazos, con mi mejilla apoyada sobre su pecho y la incómoda sensación de que toda a angustia que transmitía su fuerte abrazo, por algún motivo, era mi culpa. 

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