Pasar
tiempo con Ema distanciada de su hermano era una cosa, pasar tiempo con Ema
siendo chequeada las 24hs del día por su hermano era otra muy distinta.
Cualquier persona en su sano juicio pensaría que el hecho de que mi mejor amiga
fuese unida a su hermano no tendría porque afectarme directamente o a nuestra
relación, pero la verdad era que si lo hacía y a un nivel que no podía ser
considerado normal.
Después
de la cena de reconciliación, de eso hacía ya casi un mes, las cosas se habían puesto
raras y no porque algo malo hubiese pasado entre Ema y Samuel nuevamente sino
porque lugar a donde iba, pregunta que hacía o momento que compartía con Ema era
también momento que tenía que lidiar con su hermano. Ema y Samuel eran, por
consiguiente, un paquete; por ser amiga de Ema tenía que soportar que su hermano
sea mi sombra y no importaba las veces que le había pedido que se mantuviera al
margen, Samuel siempre insistía basándose en el hecho de que por ser amiga de
su hermana, “una verdadera amiga” (término que me había sorprendido la primera
vez lo que uso), iba a tener conmigo las mismas actitudes y los mismos cuidados
que para con ella. Era asfixiante, realmente asfixiante…
-
¿Segura
que no queres probar nada?, hay tantas cosas que algo te tiene que gustar…
Mire
a Ema, sentada sobre su cama, rodeada de cajas de la mejor patisserie de la
ciudad y negué.
-
No,
gracias, no tengo hambre.
-
Mi
hermano se va a enojar si se entera – Ema suspiró y comenzó a revisar una caja
particularmente grande en donde había muchas más donas de las que nosotras dos
podríamos comer en una semana – Pero no te preocupes, no le voy a decir porque
al menos estas tomando el té helado que te trajo.
-
Si,
al menos eso.
Puse
los ojos en blanco y mire el vaso de plástico, lleno de té verde, que tenía en
la mano.
Comprar
comida para su hermana y para mí era una de las cosas que Samuel se creía con
la obligación de hacer. Desayuno, almuerzo, merienda, cena… no había comida que
se salteara y que me incluyera tanto en el mensaje que mandaba con ella como en
la cantidad desmesurada de alimento que compraba para ambas.
-
Estas
donas son el sol – Ema se llevó el resto de la dona a la boca y gimió de
placer, no pude contener la risa.
-
Sos
increíble. Y más increíble es que puedas seguir viendo comida después de todo
lo que tu hermano compra día a día.
-
Puedo
seguir comiendo simplemente porque todo es delicioso. Sam conoce muy bien mis
gustos y si vos te dignaras a darle una pista sobre los tuyos te aseguro que la
cantidad que compra se reduciría a más de la mitad.
Fruncí
el seño sin comprender. Ema suspiro mientras agarraba una caja con galletas.
-
Compra
tanta comida porque no tiene idea de lo que te gusta. Intentó preguntarme pero
como yo tampoco estoy muy segura solo pide un poco de todo y listo.
-
Eso
es ridículo – apreté los puños con fuerza – no tiene porque hacer eso.
Justamente no me gusta tocar la comida que compra porque no quiero que él me
compre nada. – se que sonaba muy desagradecida e infantil pero que Samuel me
comprara cosas me incomodaba muchísimo. Sentía que estaba en deuda con él.
-
Sam
solo está intentando ser amable y cuidarte – mi amiga me miro con intensidad –
nunca antes lo había hecho por ninguna de mis amigas y a mí me gusta que lo
haga ahora. Comprar tu comida, ofrecerse para llevarnos, estar pendiente de lo
que necesitamos es su forma de decir que te acepta y que le gusta que estés conmigo
así que ni lo intentes, si mi hermano esta todo protector sobre vos no vas a
poder hacer nada para que dé marcha atrás. Lo sé muy bien.
Volví
a suspirar y me recosté sobre la cama. Tenía que terminar unos ejercicios para
la clase de cálculo pero me dolía la cabeza y el olor a vainilla solo empeoraba
el síntoma. Tal vez Ema tenía razón y lo que tenía que hacer era dejar que
Samuel conociera mis gustos para que al menos, en estos casos, no llenara el
cuarto de productos que ni en un millón de años comería.
Estaba
a punto de quedarme dormida cuando sentí el teléfono vibrar bajo mi almohada.
Me incorporé como un resorte y lo agarre. Una foto de mamá ocupaba la pantalla.
-
Hola,
¿mamá?
-
Oriel…
Solo
tuve que escuchar su tono de voz al decir mi nombre para darme cuenta de que
algo no estaba bien y sentir, como hacía tiempo no sentía, como se me formaba
un nudo en el estómago de los nervios y la ansiedad.
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