¿Qué
le pasaba a mamá que de repente había decidido deshacerse de todo lo que
teníamos para irse y dejarme atrás?
Estaba
impactada, completamente sorprendida por la decisión que, irónicamente, mamá me
había comunicado por teléfono unas horas atrás…
Quería
poner en venta la casa, deshacerse de los muebles, comprar un departamento más
pequeño para mí y con el resto del dinero irse a Europa por seis meses… ¡seis
malditos meses!
¿Cómo
podía esperar algo así si hablábamos todos los días y jamás me había comentado
siquiera que estuviese pensando en hacer un viaje?; mucho menos que pensaba
vender todo lo que teníamos para “comenzar de nuevo”.
Durante la conversación me había aclarado que
el departamento que compráramos sería nuevo y lo pondría a mi nombre pero eso
no podía importarme menos. Pensar en dividir los bienes que teníamos no estaba
en mis planes, ¡jamás lo había estado!
Sabía
que para mamá sería difícil estar sola pero no me había dado una idea hasta
ahora de cuanto porque era evidente que todo este plan desquiciado se le había
ocurrido porque no tenía a nadie. Porque no me tenía a mí y ahora yo tampoco la
tendría a ella.
No
era que se lo reprochara, ni siquiera había tenido el valor de decirle que todo
me parecía un poco desquiciado por teléfono, pero querer deshacerse de lo que
nos pertenecía e irse lejos me parecía descabellado, imposible, riesgoso…
¿Qué
haría sola tan lejos?, ¿Cómo podría tener control sobre lo que necesitaba si
habría un océano para separarnos?, ¿Qué serían de nuestras cosas?, ¿Quién se
quedaría con nuestra casa?, ¿Qué pasaría conmigo cuando no tuviera a donde
volver?, a quien volver...
Tenía
miles de preguntas y comenzaba a sentir miedo y el miedo no era algo que
hubiese experimentado en el pasado. No sabía cómo manejarlo. Tenía miedo a
quedarme sola, tenía miedo de necesitar a mamá y que ella no estuviera, tenía
miedo de que ella me necesitara, miedo a no tener la casa que conocía bien…
siempre había querido dejar todo atrás pero saber que no había nada hacia donde
volver era otra cosa. La red de seguridad ya no estaba, había desaparecido y yo
era una persona que necesitaba redes. Las construía y vivía por ellas, siempre
había sido así.
Estaba
tan sumergida en mis pensamientos que no escuché las voces y los golpes hasta
que fueron muy fuertes. Me incorporé como un resorte y miré hacia la puerta
cerrada con llave…
-
¿Oriel?,
¿estás bien?, soy Sam…
Aturdida
mire a mí alrededor y tarde un poco en ubicarme. Estaba bajo la ducha, aún con
la ropa puesta, completamente empapada y temblando como una hoja a punto de
caer en otoño.
-
Si
no contestas en tres segundos voy a tirar la puerta abajo y voy a entrar Oriel,
lo digo enserio.
-
¡No!
– me pare de golpe y chorreando me acerque a la puerta - ¡No entres! ¡estoy
bien!
Por
qué el hermano de Ema estaba del otro lado de la puerta era un completo
misterio para mí pero tenía que evitar que entrara al baño y me viera así o
sabría que algo estaba mal.
-
No
te escuchas bien - ¿esa era la voz de Simón? – Soy Simón, Oriel, ¿por qué no
salís y hablamos?
Simón
también estaba en mi cuarto y ahora también podía escuchar los susurros de Ema.
Ella los había llamado y ahora los tres estaban juntos, hablando de mí,
haciendo elucubraciones creyéndose con el derecho o la autoridad de meter sus
narices en mis asuntos personales.
Si
antes estaba asustada ahora estaba furiosa, avergonzada y terriblemente
furiosa.
-
¡Estoy
perfectamente bien! – grite con furia, golpeando la puerta cerrada con mis
puños - ¡Y salgan los tres del cuarto que tengo que salir y cambiarme! ¡Eso te
incluye Ema, no los quiero ver cuando salga! ¡FUERA!