8.9.16

C8


La semana transcurrió sin incidentes.
Hablar con mamá diariamente me dejaba más tranquila para enfocarme en el resto de mis actividades y el hecho de haber conseguido un trabajo me quitaba mucha presión. Las clases no eran lo que había esperado, pero me gustaban y aunque hasta el momento no había socializado mucho ya tenía una especie de compañero que se había ofrecido a estudiar conmigo todos los martes; Máximo era amable e inteligente y parecía decidido a que formáramos un equipo desde el día en que compartimos banco en nuestra primer clase de estadística. Las dos horas de clase se las había pasado hablándome y teniendo en cuenta que terminamos compartiendo dos módulos más estaba segura de que pasaríamos mucho tiempo juntos. Respecto a mi relación con Ema las cosas fueron mejorando. Ella también se enfocaba en sus clases y era organizada al menos en ese sentido, por eso ya teníamos nuestros cronogramas de estudio para respetar los tiempos de la otra y pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo libre juntas. Miramos películas, salimos a correr y hablamos sobre chicos (más bien fue ella quien hablo porque claramente mi vida amorosa iba de cero a inexistente). Me gustaba que fuese reservada y teníamos en común el hecho de no hablar sobre nuestras vidas en casa. La relación con su hermano seguía trabada y en ningún momento lo volví a ver a él o a Simón, quien después de aquel día no había vuelto a oficiar de mensajero, pero eso no parecía molestar a Ema así que nunca se me ocurrió tocar el tema, asumía que de necesitarlo hablaría conmigo.  
Las cosas iban bien, siete días de tranquilidad eran como una especie de record para mí, por eso no me sorprendí de mi mala suerte cuando vi a Samuel sentado frente a la puerta de nuestra habitación. Sabía que Ema no estaba porque me había comentado que tenía una cita de estudio luego de su última clase y ahí iban mis días ordinarios y tranquilos.
Samuel no me noto hasta que estuve de pie junto a él. Levantó la vista y fue un poco difícil no sentirse intimidada por sus ojos celestes. Es decir, eran tan celestes que parecía que brillaban, ¡eso no podía ser normal!
-          Hola. – saludé con un gesto, ya sintiéndome ridícula.
-          Hola Oriel – me sorprendió que recordara mi nombre y más me sorprendió el escrutinio que le hizo a mi uniforme.
Hoy había sido mi primer día de trabajo y recién era consciente de que llevaba un vestido azul demasiado ajustado y corto con un par de zapatillas que nada combinaban con el atuendo sin el delantal blanco que usaba para servir las mesas.
-          Si buscas a tu hermana no va a llegar hasta más tarde – suspiré. El chico seguía mirándome como si estuviese disfrazada – le voy a decir que pasaste, no te preocupes.
-          Eso no va a ser necesario, la voy a esperar.
-          Como gustes.
Me encogí de hombros y le di la espalda para abrir la puerta y esconderme en la habitación lo más pronto posible; si pensaba que lo iba a dejar entrar para esperar a su hermana estaba muy equivocado.
-          ¿Eso que tenes puesto es un uniforme?
-          Si – apreté la mandíbula - ¿tiene algún problema?, ¿no te gusta el azul?
No voltee y seguí buscando las llaves en la cartera. Sabía que me había estado mirando más de la cuenta, no a mí sino a mi ropa, pero el hecho de que comentara algo me tomó desprevenida y me molestó.
-          No, me encanta el azul, pero me parece que para tratarse de un uniforme es muy corto y ajustado. No me gusta.
Su última declaración me hizo enderezar como un resorte. ¿Tan mal me quedaba la ropa ajustada?, sabía que era provocativo y para nada mi estilo, pero no por eso me había parecido que me quedaba mal la primera vez que me lo puse y me mire al espejo.
Sentí que se ponía de pie y se acercaba a mí. Instintivamente me pegue contra la puerta y sin querer deje caer las llaves.
-          No quise ofenderte – sentí como se agachaba a buscar las llaves – es solo que me parece mal que te hagan vestir así para ir a trabajar.
-          La ropa no tiene nada de malo – tome las llaves que me extendía y voltee a verlo. Eso fue tan tonto, estaba demasiado cerca y me puso más nerviosa. – es solo un vestido ajustado, las chicas los usan todo el tiempo.
-          No es lo mismo – apretó la mandíbula y enseguida me di cuenta de que estaba enojado – Sé lo que pretende el dueño contratando a chicas como vos y dándoles este tipo de uniformes. No está bien.
No tenía idea a que se refería a “chicas como yo”, pero no pensé en preguntar, di media vuelta y entre al dormitorio. Quería cerrarle la puerta en la cara pero sabía que era grosero y no dejaba de ser el hermano de Ema.
-          ¿Vas a entrar o la esperas afuera? – no me molesté en ocultar el tono cortante de mi voz y al chico no le pasó desapercibido.
-          No, la espero acá, gracias.
-          Genial. – y sin medir más cerré de un portazo.
Apenas estuve segura dentro de la habitación apoye la frente en la estructura de madera que nos separaba y suspiré. Si había intentado ofenderme o no era un misterio para mí, pero si de algo estaba segura era de que Samuel no me caía para nada bien, me ponía nerviosa y no me gustaba como me miraba, como si me estuviese tomando una prueba y, al mismo tiempo, esperando a que fallara. 

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