11.10.16

C20

-          ¿Segura que este libro te parece la decisión correcta?, no es un poco… ¿perturbador?
Miré a Simón y reí.
-          Todos los libros de Poe son perturbadores, ese es el punto.
-          Justamente, teniendo la posibilidad de elegir, ¿por qué vas a seleccionar justo ese género?. Para esparcimiento, ¿no preferís lectura un poco más ligera?
-          Todo depende.
-          ¿De qué?
-          De cómo me sienta en ese tiempo de esparcimiento.
Comprendiendo mis palabras Simón solo se limitó a asentir y volver a agarrar el libro de su lugar. Lo puso sobre la pila que yo ya había separado y descansaba sobre la barra de la biblioteca.
En los últimos meses Simón se había compartido en un buen compañero de estudio y, a decir verdad, de todo lo demás también. Como Samuel había dejado de molestarme y ya no estaba encima de mí como al comienzo, ahora su mejor amigo podía acercarse y después de haber compartido tantas horas y tantos almuerzos con Simón podía decir que ya era mi amigo también.
-          ¿Alguna novedad de tu mamá?, ¿volvieron a hablar después del episodio?
-          No, no atiende su teléfono pero estoy segura de que es porque ya no tiene señal en donde sea que esté.
Me encogí de hombros tratando de lucir indiferente pero Simón me conocía mejor, por eso se acercó y rodeo mis hombros en un abrazo.
-          No te preocupes, ambos sabemos que en cuanto pueda va a comunicarse. Te ama Oriel y también sos todo lo que ella tiene, no lo olvides.
Tratando de ignorar el nudo que se me había formado en la garganta miré los ojos increíblemente celestes de Simón y sonreí.
Seguimos eligiendo libros durante una hora más hasta que se hizo tarde para la clase a la que él tenía que asistir y mi trabajo.
Simón me dejó en la cafetería y después de prometer volver a buscarme siguió a su clase. Entre, salude a mis compañeros de trabajo y me encerré en el baño para empleados para poder ponerme el uniforme. Mientras me abrochaba el vestido no pude dejar de pensar en Simón y como se había vuelto tan importante para mí.
Hacía dos meses de la llamada de mamá para comunicarme su decisión de vender todo para irse de viaje y ya se cumplía uno de que sus planes se hubiesen concretado. Fue justamente el día en el que ella llamó para informarme que estaba todo listo para su partida que me quebré y Simón me encontró en un pasillo de la Universidad, temblando y llorando como una nena de jardín. No había tenido tiempo de esconderme en el baño como la perdedora que era y Simón, junto a un amigo que por suerte actuó como si no hubiese visto nada, me vio justo a tiempo. Al principio la vergüenza que sentí me hizo tener algo así como un ataque de pánico, pero Simón se comportó tan tranquilo y comprensivo que no pude más que soltarle todo y contarle cual era mi problema. Lo raro era que parecía entenderme, se preocupaba y jamás me miraba extrañó cuando decía lo preocupada que estaba porque mamá se hubiese ido sin mí y lo sola que me sentía de no tener a donde volver. Mamá se había asegurado de que una muy buena cantidad de dinero quedara resguardada en el banco para que, a su regreso, nos pusiéramos en busca de mi nuevo departamento y sabía que podía usar el dinero en caso de emergencia pero la plata no era el problema y Simón, que parecía tenerlo todo, lo entendía bien.
Había podido formar un vínculo tan estrecho con Simón gracias a que Samuel había dejado de asfixiarme y mentiría si digo que me sorprendió que cumpliera su promesa. Todavía seguía comprando cosas para Ema y para mí y muchas veces se había acercado a nuestra habitación para ver como estábamos o si necesitábamos algo, pero aparte de eso no lo veía. No teníamos contacto y por muy aliviada que me sentía de no tener la presión de alguien que me vigilara todo el tiempo también me resultaba extraño. Era como si, irónicamente, en el fondo extrañara que alguien se preocupara tan irracionalmente por mí. Pero lo tenía a Simón y él verdaderamente era un gran amigo; más de una vez había querido hablar con Ema pero ella parecía tener sus propios problemas y a veces era tan dramática que me daba miedo preocuparla de sobremanera, eso y que seguramente si le decía algo iría corriendo a contárselo a su hermano.
Termine de cambiarme y salí para comenzar a ayudar a mis compañeros. Todavía tenía unos minutos antes de que mi horario comenzara pero el café estaba lleno y Anabella parecía necesitar mi ayuda.
-          Oriel, gracias al cielo que estás acá – mi compañera de pelo rizado apoyo la bandeja llena de vajilla sucia sobre la barra y me miró con ojos cansados - ¿te importaría atender la mesa 10?, estoy atrasada con dos pedidos y si no los llevo en menos de cinco minutos estoy segura de que van a quejarse…
-          Claro, no hay problema. Y anda despacio, después vas a tener una migraña del horror si seguís presionándote así.
-           Habla la chica que no se presiona para nada…
Anabella puso los ojos en blanco y con una sonrisa desapareció por la cocina.
Agarre un delantal colgado del mostrador y mientras lo ataba en mi cintura camine a la sección de lectura. Las mesas con dos cifras estaban ubicadas un poco más alejadas de la puerta, en un sector lleno de sillones y cómodas mesas que les permitían a los estudiantes estar más cómodos si venían a estudiar.
Estaba a unos pocos pasos de la mesa que me tocaba atender cuando lo vi. Samuel ocupaba la mesa y no estaba solo, una llamativa chica rubia estaba sentada junto a él.
Me costó un poco acomodar la imagen en mi mente pero cuando sus ojos grises chocaron con los míos y una sonrisa genuina se dibujo en sus labios simule la sorpresa y también sonreí. Samuel acompañado de una chica no tenía porque resultarme extraño y definitivamente no tenía porque sentirme incómoda… ¿cierto? 

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